En la costa tropical, al sur de sierra Nevada, y muy cerca del mar se alza una esbelta torre por la que se reconoce la presencia de una nueva iglesia. Se trata de una sencilla pieza de hormigón, cercana y accesible, situada entre los arboles de un jardín abierto.
El reto de construir un espacio para el encuentro que remita a la trascendencia es tal, que se ha optado por no tratar de hacer nada nuevo sino acudir a la tradición de los primeros templos cristianos. Un intento de emular a quienes antes que ella alcanzaron el uso hábil de la luz natural y las texturas de los materiales, la unidad entre el todo y las partes, y la precisión en los detalles para alcanzar un espacio coherente, silencioso y fuerte.
La arquitectura por lo tanto se pone al servicio de la liturgia integrando los elementos que configuran el conjunto. Atrio de acceso, baptisterio con pila octogonal a la entrada, cripta, presbiterio, campanario y coro. Y el texto se inserta en un determinado contexto, el conjunto de condicionantes propios de esta obra: la topografía, con un desnivel que permite el acceso a la nave desde la cota del jardín al oeste, y desde el este a la cripta que funciona como basamento, el alto nivel freático que ha determinado la cota de suelo de la misma. La normativa urbanística, que obligaba, salvo el campanario, a no superar la altura de 8 metros de las viviendas unifamiliares de dos plantas del entorno. El ambiente agresivo para el acero que supone la cercanía del mar. La importancia de la acústica para el correcto funcionamiento del edificio.
Estos condicionantes han sido las reglas del juego, que lo han ido conduciendo hasta la el resultado final eliminado todo lo arbitrario.
La luz es la materia prima con la que se trabaja. A través de ella se materializa la idea de que Dios es la luz de mundo, un único Dios y tres personas. En el templo hay tres entradas de luz, la primera un lucernario oculto orientado a este, por donde sale el sol, que simboliza la resurrección de Cristo y que ilumina de forma indirecta pero clara el altar. Al oeste, sobre el coro, unas perforaciones en el hormigón permiten que al caer la tarde se proyecte sobre el altar una luz visible en forma de cruz, y una tercera en el lateral sur, a través de la celosía abierta al jardín en la nave de los fieles. Una única luz ilumina la iglesia de tres formas diferentes.
Por último cabe hablar de la construcción, que se realiza esencialmente en hormigón. La estructura vertical es de muros armados a dos caras, la horizontal, cimentaciones y forjados utiliza un sistema nuevo “ELESDOPA”, elemento estructural de doble pared que consigue optimizar estructuralmente el funcionamiento del hormigón, que queda visto por ambas caras, y alcanzar un alto nivel de aislamiento térmico. En la cubierta de la nave principal esta losa de espesor variable evita el paralelismo entre suelo y techo que acústicamente no conviene. Este sistema también permite prescindir en la mayoría de los casos de otros acabados por lo que tanto la construcción resulta muy económica 480 €/m2 construido y un mantenimiento prácticamente nulo.
El hormigón, piedra artificial de nuestro tiempo, tiene además un valor simbólico. La desnudez de esta piedra contemporánea habla de sinceridad constructiva y de sobriedad. Valores atemporales que llevan a purificar la arquitectura de ornamento y permitir solo a la luz afectar los espacios.
Estas son las 3 poderosas razones por las que Elisa ha ganado este premio valorado en 100.000 francos. Reiteramos una vez más nuestra alegría y os invitamos a todos a conocer su obra completa en su web o en la nuestra:
www.fernandoalda.com (Selección Elisa Valero)